
Miles de ellos se encontraron un día con el FBI llamando a sus puertas. Fueron arrestados, desposeídos de todo y recluidos a la fuerza en remotos campos de internamiento rodeados de alambradas. Para alrededor de cuatro mil de estos germano-estadounidenses no fue más que la primera parada de una larga odisea que era el fruto de un acuerdo secreto entre los bandos enfrentados: el Gobierno de EE UU los intercambiaba por compatriotas en manos de los nazis y los devolvía a Alemania en mitad de la zona de guerra. Pero ahí no terminaron sus desgracias. En Alemania tampoco fueron bien recibidos: se les consideró automáticamente sospechosos de ser espías americanos y fueron de nuevo encarcelados. Las familias fueron separadas y destruidas. A muchos incluso no se les permitió volver a Estados Unidos después de acabada la guerra.
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N.P.